Cacas en descampados o cómo conocer a tu cliente

Andrea VAM
Andrea VAM

Copywriting y estrategias de voz de marca
Huyo de los convencionalismos como de la cerveza caliente. Escribo cosas para que tú vendas. Me gustan los tacos (cocinados y hablados).

Desde que adoptamos a Nina, todas las mañanas dedico un rato largo a pasear o correr por el campo.

Ella hace sus cosas, huele y juega con palos.
Yo pienso, observo y respiro hondo.

Nuestros paseos finalizan en un parquecito cercano que tiene una buena explanada de césped verde y mullido. De este que riegan todo el año. A los perros del barrio les encanta, por eso casi siempre hay alguno por allí. Y con él, su correspondiente dueño, claro.

Así que llego, suelto a Nina, me arriesgo a la correspondiente sanción de algún guardia aburrido, y mientras mi perra juega con sus semejantes, yo charlo con los míos.

Las conversaciones siempre tocan los mismos temas: mi perro come, mi perro caga, mi perro hace. No sé, supongo que nos comportamos igual que los padres que se reúnen a las puertas del colegio de sus hijos. Solo que los nuestros babean más.

El otro día salió el tema de los descampados del barrio. Futuras casas, que hoy solo son trozos de tierra vallados, donde algunos dueños meten a sus perros para que campen a sus anchas. La idea es buena. Son grandes y están cercados, así que no hay peligro de que salgan a la carretera.

Sin embargo, tienen un “pero” tremendo.

Están llenos de mierda. Literalmente.

Con la excusa de ser lugares poco transitados, la gente aprovecha para no recoger los excrementos de sus animales. Lo cuál, les convierte en lugares aún menos transitables.

El caso es que salió el tema de que los descampados estaban llenos de mierda. Y todos los que estábamos allí criticamos lo cerda que es la gente. Parecíamos estar de acuerdo en que por mucho que fueran lugares más bien ajenos al viandante común, merecían el mismo respeto que el parque.

Y que por tanto no debería haber discusión: las mierdas tenían que recogerse.

Muchos mencionaron cómo habían obrado en consecuencia las veces que habían metido a sus perros en estos lugares.

Como personas civilizadas.

Éramos casi una decena de dueños, y todos estábamos de acuerdo.

Sin embargo, los descampados no parecían decir lo mismo.

Cuando volvía a casa pensé en esto.

¿Cuánto podemos confiar en lo que dice la gente? ¿Cuánto hay de cierto?

 

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Las relaciones humanas son un simple ejercicio de tratar de encajar en nuestra condición de seres sociales.

Del dicho al hecho, siempre habrá un trecho. Un trecho de cojones.

Supongo que habrás escuchado mil veces que es importante que investigues a tu cliente. Conocer quién te compra es importante para saber vender.

Pero, ¿cómo confiar en lo que tiene que decirnos asumiendo el hecho de que todos mentimos por encajar?

No basta con escuchar lo que dice tu cliente. No se trata de investigar lo que se ve, se trata de investigar sobre todo lo que no se ve.

Como cuando es de noche, no hay nadie en la calle y decides que te da pereza recoger la mierda de tu perro.

Investigar no es hacer un perfil en Canva con los datos que ya sabes y ponerle un nombre.

Investigar es un proceso mucho más complejo y que implica sumergirse de lleno en el subconsciente de tus potenciales clientes.

Investigar es colarte en su mente como si fueras un personaje más de la película Inside Out.

Investigar es encontrar algo que las personas no sabían que sabían sobre sí mismas.

Lo más importante para que tus textos apunten al lugar adecuado.

Y algo haga clac ahí dentro.

O click.

Como tú aquí.

Feliz día.

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