Imagina que llegas a la barra de un bar de un hotel de 5 estrellas.
Es una barra preciosa, con unas butacas grandes y cómodas de terciopelo azul. Tras la barra, un mostrador con una cantidad inimaginable de botellas, la gran mayoría referencias que no has visto en tu vida.
Así que llamas al camarero y le dices:
—Quiero el mejor cóctel que hayas hecho nunca.
Y él te responde con una sonrisa:
—No existe el cóctel perfecto. Solo existe el cóctel perfecto para cada persona.
Y le dices:
—De acuerdo, quiero el cóctel perfecto para mí.
Y entonces él te responde:
—Entonces tendré que fingir que le conozco y que además conozco sus gustos.
—De acuerdo, hágalo. Imagínese quién soy y haga el mejor cóctel para esa versión de mí.
5 minutos después, el camarero vuelve con un vaso tipo cóctel en cuyo interior hay un líquido transparente y una aceituna. Lo pone sobre la barra, y te invita a probarlo.
Tú lo miras, lo hueles, das un trago y le dices:
—Es el peor cóctel de la historia.
A lo que él te responde:
—No existe el peor cóctel, solo existe el peor cóctel para cada persona.
Esta historia tiene muchas lecturas. Por ejemplo:
Cómo perder 15 euros en un cóctel que vas a escupir solo por jugar a ser original con el camarero.
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Pero también cómo de importante es saber a quién le estamos vendiendo para poder ofrecerle lo que busca materializado en nuestro producto o servicio.
El azar está bien para muchas cosas de la vida, pero no aquí.
Lo que para determinadas personas puede ser algo bueno, para otras puede ser una mierda mayúscula.
Bien.
Ayer hablábamos de cómo la gente miente para encajar y cómo de importante es saber detectarlo a la hora de vender gracias a la investigación previa.
Hoy lo hacemos sobre cómo utilizar esa información para construir la imagen de lo que tu cliente obtendrá de tu producto o servicio.
Ayer, teoría.
Hoy, práctica.
Mañana, ventas.
Hay un ejercicio que suelo emplear antes de ponerme a escribir. Es muy fácil y puede ayudarte mucho a servir el cóctel perfecto a tus clientes, aunque solo funciona cuando ya has trabajado toda la parte de la investigación que hablábamos ayer. Nada de azar, ya sabes.
Entonces, empieza el día y te sientas delante del ordenador.
Pones un temporizador de 5 minutos.
Cierras los ojos.
Y con toda la investigación previa, te imaginas a tu cliente. Me da igual si le pones la cara de tu tío Enrique o de Brad Pitt. Tú le imaginas, con una ropa, con una voz, en una ubicación muy concreta.
Solo estáis tú y él, y tú tienes la oportunidad de preguntarle cualquier cosa. Lo que sea.
Así que aprovechas para mentalmente hacerle un montón de preguntas.
Y cuando acaba el tiempo, abres los ojos y en un doc escribes toda la información que has recabado en tu cita.
No te exagero, esto lo hago muchos de los días los que trabajo en un proyecto y te aseguro que en mis charlas mentales recibo insights potentísimos. Son solo 5 minutos de mi tiempo y me ayudan muchísimo a meterme en el mood.
¿Te parece una gilipollez?
Bueno, las gilipolleces no existen. Solo existen las gilipolleces para cada persona.
Gracias siempre, tío Enrique.
Feliz día.