Se viene la chapita.
Vale, si estás en esta lista ya sabrás que esta es una newsletter no convencional sobre copy.
No es mejor ni peor que otras. Simplemente es no convencional.
Y no lo es, porque limitarme a hablar solo de cosas que atañen a mi profesión, me aburre bastante.
Hoy me apetece contarte uno de los aprendizajes más valiosos que he adquirido a lo largo de toda mi vida.
Algo que lo mismo vale para currar mejor, hacer más sentadillas o tener más autoestima.
Y que puedes aplicar desde hoy con resultados acojonantes.
(Parece el eslogan del alargador de pene de la teletienda, pero en este caso es cierto).
Verás.
Hace muchos años sufrí ansiedad generalizada.
Esto significa que me ponía como una moto en situaciones aparentemente corrientes.
Tenía la sensación continua de que me faltaba el aire. Como si estuviera en el Campo 3 del Everest, pero en realidad estaba en un quinto piso en Alcorcón.
Nada más levantarme, la ansiedad ya estaba ahí y no me la quitaba de encima en todo el día.
Se convirtió en algo así como en una novia celosa que no me dejaba en paz y me impedía relacionarme con normalidad con el resto de personas de mi entorno.
Me encerré en mí misma.
Nada me hacía ilusión porque solo pensaba en ella y en lo desgraciada que me hacía sentir.
TODO MAL.
Pasé meses muy jodidos, me mediqué y tuve que acudir a terapia por primera vez en mi vida.
Hasta que un buen día descubrí algo.
Una auténtica gilipollez, de verdad. Pero que me ayudó a borrar a la novia celosa del mapa.
Ya no recuerdo si fue durante una sesión con la psicóloga, o en un libro, o en un podcast o en una chirigota. No lo sé.
Pero como no estamos aquí para hablar del cómo, sino del qué, vayamos directamente a lo que aprendí y que lo cambió todo:
“Pensar cuando sabes que estás pensando”.
Mira, el cerebro es un cabrón boicoteador que nadie nos ha enseñado a usar bien.
Nos hace caer en la trampa de que nosotros somos nuestros pensamientos.
Pero lo cierto es que no.
No hablo de las cosas que pensamos cuando empleamos el cerebro como herramienta para una actividad concreta.
Hablo del discurso interno que tienes contigo mismo.
Tus pensamientos no son tu identidad. Lo que piensas no es lo que eres.
Si en lugar de creerte tus pensamientos y pensar que te representan, comienzas a observarlos desde fuera, no veas lo que cambia la movida.
En mi caso, cuando asimilé bien esta idea, cambió por completo mi manera de relacionarme con mis pensamientos.
Por supuesto que seguían (y siguen) llegando toneladas de pensamientos basura, pero en lugar de identificarme con ellos, trataba de observarlos.
Te lo cuento con mis palabras cero científicas. Es como si mi cerebro se dividiera en dos:
– La parte 1, que piensa y que puede llegar a ser un poco hija de puta.
– La parte 2, que observa esa primera parte y que te dice: “chica, menuda peli te estás montando. Palma de Oro en Cannes”.
Es importante saber recurrir a esa segunda parte cuando la primera falla. Pero para eso, antes debemos saber que existe.
Esta idea tan absurda fue lo que más me ayudó en aquel momento, y es algo a lo que recurro cuando mi diálogo interno me boicotea.
Cuando estoy ansiosa.
Cuando pienso que no voy a llegar con una entrega.
Cuando me siento insegura.
Esto no es fácil, sobre todo porque cuando llevas toda tu vida trabajando solo con la parte 1, se te olvida que existe la parte 2.
Pero cuanto más recurres a ella, más presente está.
(Tal vez escriba esto para recordarla).
Lo que te cuento aquí es un poco la esencia de la meditación, pero si no te van esos rollos puedes quedarte sencillamente con esa idea.
No te asustes, no soy Osho.
Solo lo hago porque en el fondo me paso el día hablando de temas mucho menos importantes, y me apetecía compartir algo que a mí me ayudó en un momento delicado y lo sigue haciendo.
Últimamente hay muchas personas pasando por muchos momentos delicados.
Pues eso.
Nos queda una vida juntos para hablar de copy y esas cosas, pero mientras tanto pon a trabajar la parte 2 y me cuentas.
Feliz jueves.