Mi primer trabajo serio al terminar la carrera fue en una compañía especializada en distribución.
Era el año 2011, así que no estaba la cosa para exigir ni para pedir hipotecas.
En mis tarjetas de visita ponía que era GPV (Gestora de Punto de Venta), lo que no deja de ser una bonita forma de decir que colocas expositores y que tu trabajo es vender.
Esta empresa de distribución era (es) la más grande de España. Distribuían de todo. A tu madre si se ponía tonta, la distribuían. Todo legal, eso sí. Pero se metían en todos los charcos. Cuando llegué, acababan de hacerlo en uno bien profundo:
Loterías de la ONCE.
Pero no cualquier lotería, nada de cupones, solo rascas.
“Rasca y Gana”. O mejor, “Rasca y Gana” poco.
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Así que mi curro consistía en peinar las calles (en la jerga comercial, recorrer las calles entrando a todos los comercios habidos y por haber) y tratar de colocar un expositor con Rasca y Gana poco en el máximo número de locales posibles.
No hay formación que supere eso. Eso sí que fue un bootcamp de los guapos, y encima me pagaban bastante bien.
Todos los lunes se organizaba una reunión a la que asistíamos los 12 comerciales de Madrid, y el supervisor de turno nos daba una buena turra con números y gráficas que especificaban lo que habíamos vendido cada uno esa semana. Lo hacían así porque era una forma muy ilustrativa de ver quien era bueno y quien no. Ilustrativa y cruel, claro.
Fulanito, muy bien esta semana, sigue así.
Menganito, esta semana te has tocado bien los bongos, como no espabiles lo único que vas a peinar es tu pelo de persona parada.
Un día pasó algo mágico.
Un compañero, Jose, llevaba pinchando algunas semanas en sus ventas. El supervisor fue repasando las actuaciones de todos, y cuando llegó su turno, le preguntó que a qué podía achacar que el resto de compañeros hubiera vendido más y él fuera en caída libre.
Así que Jose, ni corto ni perezoso respondió algo que todavía no tengo claro si es una genialidad o la cosa más absurda que he escuchado en mi vida.
Dijo: “Últimamente está lloviendo mucho”.
Lo he recordado porque hace semanas que pienso mucho en Jose y en que ojalá no siga vendiendo por ahí porque debe estar bien jodido.
Fui comercial bastantes años, en esa y en otras empresas, y descubrí dos cosas: la primera es que es más fácil encontrar una aguja en un pajar que un comercial que lleve el coche limpio; la segunda, que éramos mucho más importantes de lo que parecía a simple vista y nos valoraban poco.
Si a la empresa le caía dinerito cada mes, en gran medida dependía de nuestra destreza con los clientes. Algo difícilmente medible y que dependía de muchos factores: si habías dormido bien, si estabas de buen humor, si tenías la regla, “si estaba lloviendo mucho”…
A los jefes les desesperaba no entender qué podía estar fallando cuando alguien dejaba de vender y no encontraban una explicación puramente racional. Pero es que a veces no la había. Somos humanos, “es lo que hay”.
Los negocios digitales, en cambio, no tienen ese hándicap. Tienen otros, pero ese no.
Sus vendedores no tienen la regla, ni duermen mal, ni se mojan, ni se quejan.
Sus vendedores son los textos que trabajan para ellos 24/7, sin descanso, sin fallo.
Así que si tienes un negocio digital, tienes algo muy, pero que muy valioso:
La oportunidad de saber exactamente lo que se dice en tu negocio y cómo se vende en tu negocio sin que eso dependa de las habilidades de otra persona.
Tus textos son tu departamento comercial y solo depende de ti que hagan bien su trabajo.
Ahora la pregunta es: ¿Lo están haciendo todo lo bien que te gustaría?
Si la respuesta no es un sí, deberías hacer click aquí.
Feliz día.