Il dolce far niente: cuando no hacer nada es necesario

Andrea VAM
Andrea VAM

Copywriting y estrategias de voz de marca
Huyo de los convencionalismos como de la cerveza caliente. Escribo cosas para que tú vendas. Me gustan los tacos (cocinados y hablados).

Ayer por la noche llegué a casa tras haber pasado el fin de semana en el pueblo de una amiga. Una aldea de cuatro casas en mitad de la nada, donde no hay mucho que hacer.

La intención primera del viaje era desplazarnos a escalar al municipio de Viana de Jadraque (cercano al de mi amiga). Allí se encuentra el Barranco de Viana, una zona de vías magnífica y que recomiendo a todos los amantes de la escalada deportiva.

Así que llegamos el viernes por la noche, nos acostamos temprano, y a las 7 en punto ya estábamos montados en el coche, rumbo a nuestro destino.

Estuvimos escalando hasta que el calor asfixiante nos hizo volver, justo antes de la hora de la comida.

Volvimos y nos metimos una señora paella y después una siesta de las gordas. El resto de tarde lo dedicamos exclusivamente a estar tirados en la piscina y tomar algún que otro cóctel.

Vamos, que mal lo que se dice mal, no estuvimos. 

A la noche fuimos a cenar a la peña del pueblo, donde nos deleitamos con las “3 P”: plancha, panceta y pinchos. Y mucha cerveza. Porque otra cosa no, pero en la España vaciada se estila mucho lo de alternar. Cuando no hay nada que hacer, siempre hay un bar al que ir.

El domingo fue una copia de la tarde del sábado: más comida, más bebida y algún que otro baño.

Después bajamos al coche, prácticamente rodando y emprendimos nuestro camino de vuelta a Madrid.

Imagino que tras leer esto, estarás pensando… ¿A dónde quiere llegar a parar esta tía?

Bueno, en primer lugar me gustaría dejar claro que el fin de semana fue una pasada. Lo pasamos genial, como habréis podido adivinar. Amigos, escalada, cerveza, piscina… combinación perfecta.

¿Entonces?

Bueno, como en todo en la vida siempre hay un pero. En mi caso, lo malo después de meterme un fin de semana de estas características es que llego a casa reventada y arrastro este cansancio hasta el lunes. Así que ya empiezo la semana a tirones.

Una vez más te preguntarás por qué estás gastando tu tiempo en que te cuente mi vida. No te apures. Solo quería hacer una introducción real que ejemplificara de lo que he venido a hablar en este post.

El arte de no hacer nada

O como dicen los italianos Il dolce far niente.

Con la llegada del verano y el fin del confinamiento, he pasado de tirarme dos meses sin salir de casa a solapar fines de semana hasta arriba de planes. Nada loco, en serio. Pero siempre alguna cena con amigos, comidas con familia y quedadas de este tipo.

Esto, además de haberme hecho engordar dos kilos, me ha hecho cuestionarme si estoy dispuesta a volver al ritmo de vida social que practicaba antes de la pandemia. No me malinterpretes. Adoro a mis amigos, y me encanta pasar tiempo con ellos, pero es cierto que este tiempo en casa me ha servido para darme cuenta de que no se está tan mal sin hacer nada.

Y cuando hablo de sin hacer nada, es justamente eso.

No me refiero a quedarte en el sofá viendo Netflix, o incluso leyendo un libro.

Me refiero a no hacer nada, de verdad. Quedarte mirando un punto fijo del salón, y ya.

Pero, ¿qué necesidad?

Pues sí. En cualquier otro periodo de la historia, esto que te digo carecería de sentido. Pero en la era de la hiper estimulación, dime que no te ha dado un poco de angustia imaginarte sentado en el sofá de casa, con la mirada apuntando a un punto de la pared, en lugar de a la televisión.

Cuando todo en nuestra vida es estar haciendo cosas (ya sea mirar el móvil, cocinar, hacer yoga o lo que sea que te guste), es normal que nos abrume el mero hecho de no hacer absolutamente nada. O sea, aburrirte como una ostra. Algo que practicábamos con cierta asiduidad los hijos únicos como yo cuando éramos niños, y que ni de coña contemplamos en la edad adulta.

Existe la creencia de que tenemos que aprovechar el tiempo. Que si no lo hacemos, estamos perdiendo una oportunidad maravillosa de hacer cosas, crecer, aprender. Y eso está de puta madre. Pero a veces, esto mismo nos convierte en esclavos de una manera de vivir que nos roba la energía.

Por eso nada como no hacer nada si quieres cargar pilas.

¿Qué hacemos hoy?

Organizamos nuestro ocio en base a las actividades que queremos hacer. Ahora con la llegada de las vacaciones todo son planes y más planes. Vamos a ver esto, a hacer aquello, a visitar a no sé quién… al final volvemos al trabajo con la sensación de estar más cansados que cuando nos fuimos. Y a la larga esto pasa factura.

Por eso pongo el ejemplo de mi fin de semana rural en algún lugar de Guadalajara. Porque así contado, cualquiera podría pensar que he descansado: buena compañía, piscina, siesta, cerveza…

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. 

Estos planes te cargan a otro niveles, por su puesto, pero al menos en mi caso me dejan con la batería tiritando. Cuarenta y ocho horas interaccionando socialmente, por muy colegas que sean y mucho que lo disfrutes, a la larga resulta agotador. 

Por eso, de vez en cuando mola parar y sentarse a contemplar la tela de araña de la esquina de tu habitación.

Apagar el móvil y regalarte tiempo solo para ti. Libre de planes y otros seres humanos. 

Puede sonar un poco creepy al principio, pero luego vuelves a la vida compartida con muchas más ganas.

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Paula
Paula

Ese momento de no hacer nada, de aburrirnos.. Que necesario es! Somos las primeras generaciones que tenemos que «obligarnos» a estar con nosotros mismos sin estímulos. Desconectar para conectar.
Me ha gustado mucho la entrada Andrea, me quedo por aquí. 😊

Alba A. N.
Alba A. N.

Yo creo que no sólo es bueno, sino necesario, el desconectar totalmente de vez en cuando, desconectar de la gente, de las obligaciones, de lo negativo, de lo superfluo, de lo extresante… necesitamos «parar» la maquinaria y dejar las sobreestimulaciones, que lo único que consiguen es hacernos más vagos y… Leer más »

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