El impuesto de los pobres

Andrea VAM
Andrea VAM

Copywriting y estrategias de voz de marca
Huyo de los convencionalismos como de la cerveza caliente. Escribo cosas para que tú vendas. Me gustan los tacos (cocinados y hablados).

Soy de esa gente que disfruta mucho del 22 de diciembre.

Compro churros y chocolate, y me paso toda la mañana escuchando el sorteo de fondo.

Y siempre lo hago pensando, oh, puede que hoy sea el día.

Puede que hoy, Andrea, cariño.

¿Te imaginas?

¿Qué sería lo primero que harías?

Coloco mis décimos en una mesa y cada vez que se canta algo gordo voy corriendo a ver si ha habido suerte.

Y eso es raro, porque el resto del año no gasto ni un céntimo en lotería.

Solo en este sorteo.

Porque es mágico.

Porque había un calvo y me gustan los calvos.

Y porque cada año llega para demostrarnos que en esta vida, nada nos mueve más a la acción que la emoción.

¿Te acuerdas del año del anuncio del bar? Ese en el que el típico grinch de la Lotería no había comprado un décimo, toca, y cuando baja al bar, su amigo le tenía uno reservado.

Lo pienso y se me ponen las carnes blandas, no sé a ti.

Porque lo bonito de este día no es el dinero, es la ilusión de saber con quién lo compartes.

La gente de Loterías del Estado lo sabe muy bien y han explotado esto hasta la saciedad.

Emoción en estado puro.

Una lección de persuasión en sí misma.

Ningún anuncio de la Lotería de Navidad se centra en lo que harás con la pasta.

No hay un Pancho a la fuga bebiendo daiquiris sobre una colchoneta en la piscina de su estrenada mansión.

 

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No hay resorts en las Bahamas, ni deportivos, ni casoplones, ni ninguna de todas esas cosas vulgares en las que los creativos publicitarios creen que gastaríamos nuestro dinero.

Lo único que hay, lo único que se explota aquí es la emoción de saber que si te toca, lo hará con alguien que quieres, o que es importante para ti de algún modo.

(A no ser que seas un huraño de la vida, claro).

Este sorteo lleno de gente excéntrica y niños uniformados cantando, es el nexo de unión con esos amigos que ya casi no ves, o que ves poco, pero con los que cuando llega diciembre siempre quedas con la excusa de “cambiar lotería”.

Porque en el fondo, ese gesto tan ridículo de cambiar un trozo de papel, no es cambiar un trozo de papel.

Es cambiar un “me importas”.

Nadie es racional aquí.

Nadie piensa en la probabilidad del 0,001 % de que te toque el Gordo.

Soñarlo en común es suficientemente bonito y seductor.

Es el premio.

Y esos hijos de puta lo saben

En la emoción está la respuesta de venta, y aquí lo hacemos muy bien.

 

Que la suerte te acompañe.

Feliz día.

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