Siempre he dicho que el verano está sobrevalorado.
Tampoco es que no me guste nada, pero de verdad, creo que está sobrevalorado. Me refiero a sobrevalorado para gente como yo. Bueno, y como vosotros probablemente. O sea, eso de irse a la playa, a la montaña o al pueblo está genial, pero al final, ¿cuánto tiempo dura? Dos semanas como mucho. El resto del tiempo te lo tiras en Madrid, intentando no morir abrasado.
Los planes se reducen mucho porque claro, hasta que no es de noche no hay un dios que quiera salir a la calle. Y a veces ni por esas.
Cuando acabó el confinamiento decidimos comprar una barbacoa para casa. Pero hace tanto calor que dime, ¿te apetecería a ti ponerte con las brasas a las dos de la tarde? A mí tampoco. Así que nada, ahí está. Alguna barbacoa dispersa con colegas y te digo que poco más. Yo paso de morir. Ya si eso en octubre, que hasta da gustito lo de arrimar las manos al fuego.
Siempre me ha gustado más el otoño, con sus días cortos, su manto de hojas por el suelo y sus colores ocres. Y sus niños en el colegio, que es donde mejor están (al menos antes de la pandemia).
En definitiva, el verano es para los ricos o para los que tienen la suerte de tener una casa por ahí, además de muchos días de vacaciones. A los demás que no nos engañen. Lo normal no es lo del spot de Estrella Damm. Ir todo el santo día con el bigote sudado no le gusta a nadie. Y ahora encima, mascarilla mediante. Tampoco lo de tragarte cientos de fotos de pies con fondo marino en Instagram. Basta ya, por favor.
Sin embargo, el verano tiene algo a su favor que a tantas y tantos os tiene cautivados: el mejor marketing de la historia. Un montón de seguidores por la causa, que se encargan de recordarte que la vida en verano mola todo. Porque hay terrazas, helados y los días son extremadamente largos. Y si tú no estás de acuerdo, te llaman Grinch. ENCIMA.
Por eso, da igual lo que yo te diga. En tu imaginario mental, la palabra verano es sinónimo siempre de cosas buenas.
Sabes que tiene cosas que te gustan menos, pero no les das tanta importancia. Se te olvidan, hasta que llega la ola de calor y te cagas en todo. Y luego se te olvida otra vez.
Y de verdad, que si viviéramos en Alemania puedo entender ese afán perfectamente. Pero en Madrid me cuesta más.
Pero bueno, ya paro.
No he venido solo a hablar del tiempo
Me gusta hablar del verano porque hay muchas empresas que son así.
De manera inconsciente las asociamos a cosas buenas. Incluso sin haber sido consumidores nunca, generamos un juicio fundado en las opiniones de nuestro entorno.
No hace falta tener un iPhone para opinar acerca de Apple. Ni tampoco una Thermomix, para saber con total certeza que es el mejor invento en lo que va de siglo (una que lo sabe muy bien 😊).
A otras les ocurre lo contrario. Por ejemplo, Jazztel. Yo nunca he sido clienta de Jazztel, pero creo que sería muy, muy complicado que me convencieran. Por ahí solo se oyen cosas feas. Que si son pesados, que si la atención al cliente es pésima… Mejor no arriesgar.
¿Con esto quiero decir que Apple es bueno y Jazztel malo? En absoluto.
Quiero decir que a pesar de que las opiniones son normalmente subjetivas y están sujetas a juicios personales, de alguna manera ayudan a construir la imagen de marca en el imaginario popular.
¿De qué depende entonces con qué versión de la misma realidad nos quedemos?
¿Es responsabilidad de las marcas, o es nuestra?
Muchos te dirán que la interpretación depende de la persona y de sus experiencias. Y en cierto modo, claro que lo es.
Pero a mí me parece que eso es solo una bonita manera de escurrir el bulto.
Toca apechugar
Si tus clientes no te compran o no tienen una buena imagen de ti, solo existe un culpable. Y ese eres tú. Cuanto antes lo sepas, mejor.
Puede que tu producto no sea el mejor del mercado. Tampoco el verano es la mejor estación, y mira.
Con esto no te estoy diciendo que no te esfuerces en intentar hacer las cosas lo mejor posible. Por supuesto que no. Solo digo, que ser el mejor no te va a garantizar siempre el éxito.
No se trata de ser el mejor, si no de conectar. No se trata de que la gente quiera comprar tus productos, sino de que te quieran comprar a ti.
Llegar hasta ese punto no es fácil. Sin embargo, yo sé de algo que te puede allanar el camino una barbaridad. ¿Adivinas?
Dotar a tus textos de personalidad, hablar el mismo idioma que tu audiencia, ser capaz de leer las mentes de tus potenciales clientes, y además contarles una buena historia.
O lo que es lo mismo, el copywriting.
No solo te va a ayudar a vender, sino también a generar una imagen de marca que cautive.
Me gusta mucho utilizar este símil:
El copywriting es el abono que necesitas para que la planta de tu negocio crezca fuerte y sana.
¿Y después?
Pues toca regarla y ponerla al sol.
Pero eso ya es más cosa tuya que mía.
A mí, el marketing me ha engañado lo suficiente como para amar el verano y también tu blog.
😎❤️
¡Gracias, Sara!
Me alegra oír eso. Significa que al menos una de las dos cosas sí la ha hecho bien 🙂