Da igual en qué parte del territorio peninsular vivas. Me juego la mano a que este finde has pasado más frío que un vigilante de obra en Burgos.
De hecho, hay gente que se la jugó literal (la mano).
Verás, el sábado y el domingo muchas personas decidieron pillarse un bus y subir a la sierra de Madrid. Daban temperaturas de -10 y sensación térmica de -19. Pero esas personas querían su selfie con los labios morados y subir a los niños a hacer muñecos de nieve o yo qué sé.
Gente que no sube al monte en su vida pero decide subir allí a morir.
A mí me gusta bastante el rollo de la montaña pero pensé que era too much rasca y que tampoco hay necesidad. De haberlo hecho, pues oye me pongo botas, me levanto a una hora que solo se entiende si vas al aeropuerto y subo en coche.
No importa.
No todo el mundo tiene por qué tener un coche disponible para subir al monte. Esto es muy entendible. Lo que no lo es tanto es no mirar el tiempo antes de hacerlo, ponerte un chándal con los tobillos al aire y obviar que faltan 7 horas para que llegue el autobús de regreso.
El resultado fue un colapso de 350 personas de entre las cuales había peña con hipotermia. Pues lógico.
Gente que subía a pasar un agradable día en familia y que no entraba en sus planes acabar como Jack Nicholson en «El Resplandor».
Pensarás que esa gente es idiota. A mí también me cuesta no pensarlo. No es tan difícil antes de hacer algo comprobar si es o no viable. Sobre todo si hablamos de que la diferencia entre que sea viable o no está en una hipotermia. Llámame loca.
Pero, eh. No tan rápido.
Lo que pasó este fin de semana en la sierra no es algo que represente a solo un pequeño porcentaje de gente. Ese eres tú y soy yo, aunque sea con otras circunstancias.
A veces cuando tienes una idea entre ceja y ceja te limitas a ponerla en práctica y ya está.
Habrá personas (y advertencias de la dgt) que te digan que qué coño haces.
Que a dónde vas con la que está cayendo.
Que si eres gilipollas.
Que te la vas a pegar.
Y tú pensarás “habla cucho que no te escucho”.
Y puede ser que triunfes y le vayas con el sermón a toda esa misma gente que no confió en ti. En plan, mírame ahora y calla.
(Esto no les pasó a los del autobús a la sierra).
O puede ser que seas un cabezón/a de categoría y que no quieras ver la realidad que tienes ante tus ojos. Y desoigas los consejos de gente que sabe más que tú o que al menos está más informada.
¿Cómo saber si estamos actuando bien siguiendo nuestros instintos o siendo unos inconscientes?
Pues no lo sé, la verdad.
Yo siempre he sido de la opinión de que hay que hacer caso a las tripas. Que si haces lo que te dicen los demás, no estás siendo tú, estás siendo ellos.
¿Entonces los de los autobuses eran en el fondo gente tenaz y con personalidad?
Tampoco lo sé. Puede. Pero yo intentaría aplicar tales atributos solo en los casos en los que no me jugara el tipo ni una amputación de dedos. Y también cuando el objetivo sea algo más jugoso que una foto de postal típica navideña. Creo que no es difícil diferenciar cuándo esto puede pasar y cuándo no.
En definitiva, cuando pretendes ser alguien que no eres, la gente al final lo nota.
Hay un montón de negocios por ahí que estoy segura que no representan a las personas que tienen detrás.
Tal vez alguien les dijo a esas personas que tenían que hacer las cosas así o asao.
Y aunque aquello que les decían no les entusiasmaba, pensaron que esa gente sabría mucho más que ellos. Así que piloto automático y ya.
Luego ves sus webs o sus emails y no transmiten nada. Te dejan más fría que la gente del autobús. Porque no son ellos los que hablan, sino una pretensión aburrida de ellos mismos.
Una página sin alma.
Un email sin alma.
Un auténtico coñazo.
El copywriting tiene mucho que ver con explotar esa personalidad y darle forma con unos textos que te hagan vender más caldos que la venta Marcelino el pasado sábado.
Vender siendo tú mismo/a. Qué gozada y qué liberación.
Parece una manera estupenda de comenzar este año.