Cuando como sola, normalmente enciendo la tele para que me haga compañía. No veo las noticias, porque no me apetece tener ganas de morir siendo tan joven y que se me enfríen las lentejas. Normalmente opto por alguna serie, no muy buena, a la que nunca hago caso porque la verdad es que solo estoy mirando el puto móvil.
Todo fatal, lo sé.
Trabajar con pantallas y comer con más pantallas. Ojalá fuera capaz de comer de manera consciente, disfrutando cada bocado y agradeciendo a la Pachamama que sea tan generosa. La cruda realidad es que engullo a una velocidad que cualquier médico tacharía de insana.
Pero bueno, como ya sabrás esto no es un blog de salud. Lo comparto contigo porque me sirve como marco para contarte algo que me pasó el otro día.
Cosas que pasan en La Ruleta de la Suerte
Me senté a comer, apunté con el mando a la tele e inmediatamente un Jorge Fernández visiblemente desmejorado apareció en escena con su Ruleta de la Suerte.
Podía haber tirado de gracieta con este tema, en plan, que cambie de dealer y Jordi Hurtado le pase el número del suyo.
Pero acabo de buscar en Google “Jorge Fernández viejo”, y por lo visto tiene un problema digestivo. Así que nada Jorge, respect.
La Ruleta de la Fortuna (o de la Suerte, como aparentemente se llama de manera oficial) siempre me ha parecido un pestiño de puta madre. Un sin sentido. Un programa con participantes jóvenes, espectadores ancianos y un público al que aparentemente suministran algún tipo de droga antes de su entrada al plató.
Vamos, un pastiche en toda regla.
Sin embargo, nadie puede negar una cosa: funciona. Así que lo que yo opine al respecto da exactamente igual. Todos hemos entonado alguno de sus famosos cánticos alguna vez, y si no lo has hecho algo malito te tiene que pasar.
El caso es que me quedé unos minutos contemplando aquel cuadro, y Jorge Fernández comenzó a presentar a los que serían los participantes de ese día siguiendo siempre el mismo esquema. Nombre, origen, profesión, qué vas a hacer con la pasta.
Ojito con esta última pregunta.
No recuerdo el nombre, me parece que era María Jesús, pero ni idea. Pongamos que es María Jesús.
Bueno, pues María Jesús lo tenía clarísimo.
Quería el dinero para llevar a su hija de 4 años a un parque temático de Peppa Pig que está en Inglaterra.
Al lorito.
No sé, que lo mismo es cosa mía. Pero me sorprendió tanto la respuesta que solté en alto un: ¡vamos, no me jodas!
Tampoco sé de cuánto es el bote de La Ruleta, pero María Jesús, estoy segura de que puedes apuntar más alto. No sé, mírate el Disney World de Orlando por lo menos. Que cruzas el charco y ya parece otra historia.
¿Por qué te molesta Peppa Pig?
Bromas aparte, bastaron unos minutos para que me diera cuenta de que había algo más en aquel asunto para que me escociera así.
Otra persona probablemente ni hubiera caído en el detalle. Y ahí estaba yo, engullendo un plato de judías verdes y pensando que qué poca vergüenza lo de la tal María Jesús.
Mi cerebro continuaba con su incesante bombardeo de preguntas retóricas del tipo: ¿De verdad no hay nada más en esta vida que te haga ilusión? Podías haber dicho lo de Peppa Pig y otra cosa, yo que sé. Pero, de verdad, ¿solo eso?
Por suerte, aunque mis pensamientos son en ocasiones tirando a irracionales, me gusta confrontarlos. Así que tras un rato reflexionando me di cuenta de que no había entendido absolutamente nada.
Nunca nada es suficiente
Lo de siempre tener que aspirar a más es muy de humanos del siglo XXI. Nada es nunca suficiente.
Debemos desear el máximo en nuestras vidas.
El mejor de los viajes.
¿Que te vas a La Manga con la familia? Menudo loser.
El mejor de los trabajos.
¿No te flipa lo que haces? Pues qué fracaso.
Si no lo haces, eres conformista. Y no sé qué pasa que hemos asumido que ser conformista es algo negativo.
Luego, por supuesto, vienen las frustraciones.
El querer y no poder corta como una navaja afilada y nos convierte en esclavos de nuestros deseos.
Nos han vendido la falsa idea de que en la sociedad actual todo es posible.
Y esto, sin ser falso del todo, dista mucho de la realidad de la mayor parte de las personas.
Muerte a la complejidad
Pero bueno, dejemos aparte la visión más puramente filosófica del asunto y vayamos a la cuestión práctica. Esa que podemos aplicar tanto a la vida, como a los negocios.
Así que, me gustaría romper una lanza por la virtud de lo sencillo.
A veces nos empeñamos en complicar las cosas, queriendo siempre más y más. Y nos olvidamos de que en lo sencillo, está el germen de la venta.
Por eso no soy muy amiga de los funnels hiper complejos.
Ni de las herramientas de marketing que nadie entiende.
Siguiendo por la senda de lo sencillo, todo se reduce a tener una idea y saber comunicarla para que te compren.
Una página de venta bien hecha vale más que un funnel con veinte mil supuestos.
Al menos, así lo veo yo. Si quieres hacerlo, está genial. Pero no es lo más importante.
¿De qué te sirve mover a la gente por un embudo de venta si al final tu mensaje no conecta con sus necesidades?
De poco.
Así que nada María Jesús, tú tenías razón. Gracias por la lección.
Me encanta!!!!!
¡Gracias, Miriam! 🙂
Buenas Andrea Van,
Estoy enganchado a tus relatos metafóricos de la sociedad, todos y cada uno de ellos con un acertado fin común.
Enhorabuena! No dejes de escribir!
Creo que brevemente preguntaré más sobre el copyright
¡Hola, Guille! Muchas gracias por tus palabras 🙂 Siempre he pensado que la mejor manera para quedarte con algo es usando una historia. ¡Me alegra ver que no soy la única que opina lo mismo! Por cierto, ¡cuidado con confundir copyright con copywriting! Con el segundo puedo ayudarte lo que… Leer más »
¿Hay algo más bonito que invertir dinero en compartir con tu hijo/a la ilusión de ver «en la realidad» sus dibujos favoritos que le acompañan todos los días? Para mí, no. También soy pro sencillez. Gracias por compartir de nuevo de una manera tan original tus análisis de la vida… Leer más »