Mi vida laboral ha estado marcada por los altibajos.
Trabajos buenos, menos buenos y trabajos de mierda. Todo bastante desigual.
Si me quedaba en paro, nunca tenía problemas en aceptar lo primero que me llegaba después. Aunque fuera vendiendo cafeteras en pleno julio, tocando las puertas de cada local de la comunidad de Madrid. Estar parada me agobiaba sobre manera, así que no dejaba pasar ninguna oportunidad (por mala que fuera).
Sin embargo, una vez no fue así.
Me despidieron de la que era mi empresa y aquello me acarreó un trastorno de ansiedad bastante gordo. No digo que aquello fuera culpa del despido, ni mucho menos. Supongo que sería más bien la gota que colmó el vaso de lo que me parecía una existencia vacía.
Un golpe a mi autoestima que me dejó K.O y por el que me tuve que medicar durante un año y medio. Pero bueno, hoy no he venido a hablar de eso.
Me gustaría contaros algo que ocurrió durante el año que pasé en paro mientras lidiaba con el trastorno.
Si has podido investigar un poco más acerca de esta persona que te habla en la sección quién soy de la web, quizás sepas que me considero una persona Multipotencial. O Multipotential, como dicen los americanos y donde este término está bastante más generalizado.
Palabras de nueva creación y anglicismos aparte, el caso es que soy extremadamente curiosa.
Mi cabeza siempre está pensando, maquinando nuevas formas de hacer, emprender o aprender algo. Imagínate unir todo esto con un periodo de tiempo en el que tu máxima responsabilidad a lo largo del día es pensar qué vas a comer o si te estás quedando sin bragas y tienes que poner una lavadora.
Cientos de ideas pasaban por mi cabeza, más adelante os hablaré de algunas de ellas porque desde luego dan para echar unas risas, pero en esta ocasión conseguí materializar algo que me parecía la puta idea del siglo: crear un periódico de barrio que escribiría, maquetaría, imprimiría y repartiría por los bares de mi barrio yo misma.
De Alcorcón al cielo editorial
Por aquel entonces yo vivía en Alcorcón, municipio del extrarradio madrileño famoso por el Alcorconazo (victoria del equipo local por 4-0 ante el Real Madrid), la Terremoto de Alcorcón (vedette y cómica insuperable) y los polígonos (antigua zona de fiesta famosa por ser el epicentro de la Ruta del Bakalao madrileña, además de por los navajazos que tenían lugar cada fin de semana).
Volvamos al tema.
La idea era crear un folletín de una hoja en formato A3 que repartiría semanalmente y que la gente podría leer mientras disfruta del café de la mañana o el botijo a media tarde.
Lo llamé Brownie News por dos razones, aunque echando la vista atrás inevitablemente me salen tres. La primera era por el color ligeramente amarronado de sus páginas.
La segunda, por lo de la popularmente conocida como costa marrón (Móstoles, Parla y Alcorcón). Y la tercera y de la que no tuve consciencia hasta más tarde, fue el marrón en el que se convirtió todo aquello.
Estaba diseñado para ser una lectura fácil, rápida y agradable. Todo eran noticias reales que tuvieran alguna particularidad, que resultaran curiosas o entretenidas pero que además aportaran algún conocimiento sobre algo.
Y luego había una columna que había denominado Zona Crítica y en la que escribía sobre mi punto de vista de algún tema de actualidad.
Objetividad cero.
También reservaba un espacio para intentar encontrar una familia a algún perrete de una protectora local con la que colaboraba. Y otro para contar el chiste malísimo de la semana.
En definitiva, un pastiche cuyo propósito era además de entretener, hacer reflexionar al personal y que levantaran la vista de sus teléfonos móviles aunque fuera un ratito.
¿Qué iba a ganar yo con todo esto?
Suficiente dinero para vivir, pagar las facturas y salir alguna que otra noche a cenar por ahí.
O eso pensaba yo.
El carácter puramente local del periódico pedía financiación igualmente local. Así que tenía que volver a tocar puertas de muchos de los negocios de mi barrio, esta vez proponiéndoles anunciarse en el periódico.
Pero claro, para hacer eso, primero tendría que llevarles una copia del periódico que al menos ratificara lo que quería venderles.
Así que me puse manos a la obra. Seleccioné las noticias que me interesaban, las redacté, maqueté los textos, mandé el resultado a mi imprenta de confianza y… ¡voilà! Quinientos ejemplares del Brownie News en mis manos. Aquello olía a tinta y a éxito seguro.
¿Quién narices no querría anunciarse?
Dediqué un día completo a repartir 10 ejemplares en cada uno de los cincuenta locales que había seleccionado.
Todo bares, restaurantes y cafeterías.
La idea era que la gente leyera el periódico y lo dejara allí para que pudiera disfrutarlo otra persona (algo impensable en la era post-covid). Recuerdo que cuando entregué los últimos diez periódicos, tuve la sensación de que aquello funcionaría. Estaba verdaderamente ilusionada por primera vez después del palo del despido.
Ejemplo real de lo que era un ejemplar de Brownie News
No era tan fácil
Una semana después volví a repetir el proceso y fui a recoger los quinientos nuevos ejemplares a la imprenta. Empecé a repartirlos en los mismos locales que la semana anterior, con la idea de retirar los antiguos y dejar los nuevos, y comencé a ser consciente de una cosa: nadie los había tocado.
Yo esperaba llegar y encontrarme unos periódicos sucios, llenos de manchas de aceite de las porras, sinónimo de que habían sido leídos.
Pero no.
En la mayoría de los casos estaban intactos e incluso guardaban el mismo olor que recién sacados de la imprenta. Aquello fue un chasco, pero no me desanimé.
Al fin y al cabo solo había pasado una semana, habría que dejar rodar la bola de nieve colina abajo.
Las semanas posteriores sucedió exactamente lo mismo.
Mismos bares, periódicos prácticamente intactos. En esta ocasión intenté hablar con los propietarios para ver si sabían explicarme qué estaba pasando, pero o me atendían de mala gana o ni siquiera recordaban que había dejado unos periódicos en el hueco que tenían reservado para la prensa.
Un desastre.
Intenté convencerles de que me dejaran repartirlos en la barra, pero en la mayoría de los casos se negaron.
Todo esto me empezó a provocar un sentimiento de inseguridad. Aquello que me había parecido fantástico, ya no me lo parecía tanto.
Había lanzado al menos cinco tiradas y era el momento de empezar a buscar clientes que quisieran publicitarse. Sin embargo, la posibilidad de un rechazo por parte de la audiencia me había hecho perder la fe en mi idea. Así de fácil había sido.
– Hola, ¿me ayudas?
De mala gana comencé a tocar algunas puertas, intentando buscar anunciantes. ¿Te imaginas lo que sucedió?
Nada, efectivamente.
A la gente le cuesta meter su dinero en algo que no conoce, por poco que sea. Para que veas que no miento con lo de poco, aquí te dejo las que eran las tarifas del Brownie:
Más barato que un piso.
Me pasé un mes buscando anunciantes, y lo único que conseguí fue que algunos conocidos “dejaran” que pusiera el anuncio de su local, completamente gratis. Y encima, parecer que les estaba haciendo un favor.
Ellos no tenían que hacer nada, porque incluso el anuncio lo creaba yo. ¿Se puede ser más idiota?
Cuando finalizaba el periodo que habíamos estipulado sería gratuito, siempre volvía a verles con la esperanza de que ahora sí, se decidieran por invertir en anunciarse. Aquello no pasó en ninguno de los casos.
Llevaba tres meses con el periódico y aunque en los bares comenzaba a ver que aquello despegaba e incluso la gente empezaba a conocerme y a preguntarme por él, se me estaba acabando el dinero y la paciencia.
Finalmente, el cuarto mes decidí abandonar el proyecto.
La moraleja de esta historia
A toro pasao es mucho más fácil hablar. Ahora, bastantes años después, tengo claro lo que sucedió para que Brownie no funcionara. Y no tiene nada que ver con que la idea fuera mala.
¿Qué pasó entonces?
1. Dejé de confiar en mi idea.
Y lo hice a la primera de cambio. Este cambio de mentalidad acarreó que me sintiera con mucho menos poder a la hora de intentar vendérsela a alguien, lo que nos lleva al siguiente punto.
2. No la supe vender o en casa del herrero, cuchillo de palo.
Hablo en serio, no hay cosa peor a la hora de vender que hacerlo pidiendo permiso.
Quiero decir, cuando iba por los negocios de mi barrio, el mensaje que estaba lanzando debería ser algo así: “Hola, soy Andrea. He tenido esta idea y mira, de verdad, necesito que te anuncies para que me eches un cable”. Seguro que hasta ponía ojitos de pena. Con esto, estaba dándole al cliente el poder total para hacer conmigo lo que le diera la gana.
¿No sabes utilizar Photoshop para crear un anuncio? No te preocupes, yo te lo hago. ¿Necesitas una prueba gratuita?, ¿de cuánto la quieres: un mes, dos meses…?
Lo que haga falta, cariño.
Haciendo esto, la sensación que probablemente percibían mis clientes es que aparecer en mi periódico era algo poco deseable. Con los negocios pasa como con los ligues. Hay que hacerse de rogar un poquito y darse la importancia que uno merece. Si empiezas a aceptar absolutamente cualquier imposición con la improbable promesa de una futura venta, apaga y vámonos.
3. No le di tiempo.
Fundamental.
Me lancé sin un estudio previo de cuánto me costaba aquello y cuánto podría aguantar sin ingresar un euro. Pensé que desde el primer mes, algo de pasta entraría para ir tirando. A los cuatro meses el paro se me estaba acabando y no tenía más ahorros para poder continuar.
Si hubiera podido mantener el periódico más tiempo, estoy segura de que poco a poco habría ido consiguiendo clientes.
Para lo primero y lo tercero, solo puedes ayudarte tú.
Sin embargo, el segundo punto tiene mucho que ver con el poder del copywriting, aunque en este caso no habláramos de un formato puramente escrito. La comunicación no verbal seguramente también influyó para que el mensaje no fuera el adecuado.
Además siempre se me ha dado mejor escribir que hablar, las cosas como son.
Después de algún que otro tropiezo he aprendido una cosa, y es que normalmente no hay ideas de negocio malas, sino mal vendidas. Matizo lo de normalmente, porque para todo hay excepciones.
Saber cómo usar las palabras es fundamental si quieres llegar a tu audiencia y conseguir ventas. Lo que dices y cómo lo dices genera una imagen mental que va a ser la responsable de que triunfes o no.
No hagas como yo y vayas por ahí vagabundeando un poco de cariño.
Lo único que conseguirás es que te den con la puerta en las narices.
Tu mensaje es tu producto. De él depende absolutamente todo.
Espero que mi tropiezo te sirva para recordar lo que es importante.